El gajo de la naranja
Sobre la media naranja en la búsqueda de pareja
“Amor es, en consecuencia,
el nombre para el deseo
y persecución de esa integridad”
Platón
¿Quién no se cree hijo del mito de Aristófanes y fiel buscador de su media naranja en el mundo? Es normal conducirse por la vida como un alma carente cuya única meta es buscar a aquel otro u otra que le complete. Y aún llevando una feliz y dichosa relación de pareja, aparece la pregunta incombustible: ¿y si él o ella no fueran realmente mi media naranja? ¿Y si existiera en el mundo mi alma gemela y yo estuviera perdiendo el tiempo con este hombre o mujer, en el mejor de los casos?
La realidad cotidiana nos devuelve continuamente la prueba de que la media naranja parece no existir, pero algo en el sujeto se resiste a creerlo: esta relación no funcionó, porque en verdad no era mi hombre o mujer… Qué vanidoso es el ser humano que cree que le «toca» la posesión de otro ser.
Lamento comunicarles, queridos lectores, que creer en la media naranja pertenece al mundo de lo ilusorio. ¿Creen que la Tierra es el centro del Universo?, ¿Creen que si empezamos a cavar en el jardín de nuestra casa llegaremos a las puertas del Infierno? ¿Creen que descendemos de Adán y Eva? Si tuvieran respuestas afirmativas a estas preguntas, no les animaría a seguir leyendo, pero si no es así, ¿por qué creer en la media naranja?
El sentimiento de carencia en el ser humano es estructural y fundante de su psiquismo, sentirse carente de algo que se desconoce es normal y tiene varias maneras de ser resuelto. Una sería la anterior que hemos propuesto: buscar la otra mitad y creer que ese otro u otra me completará. Luego la realidad, así como lo que en psicoanálisis enseña el complejo de castración: que nada es todo y nada es definitivo.
De la búsqueda de esa completud no se puede escapar, pero como sé que resulta muy duro desterrar un mito tan arraigado como el de Aristófanes, les propongo que se contenten con gajos de la naranja, una naranja que nunca estará completa, entre otras razones porque nunca podremos volver a los brazos de mamá, allí donde sentíamos tenerlo TODO.
Concebir al Otro como gajo implica por un lado, un acercamiento al mundo de los humanos, un mundo donde no hay gajos imprescindibles, sino sustituibles. Y por otro lado, aceptar que yo también soy un gajo para el otro u otra. Algo parcial para su vida, que en ningún caso será esférica, ni completa, ni cíclica, sino fragmentada y guiada por la trayectoria del deseo.
Barcelona, octubre de 2006