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Posted by on nov 5, 2015 in Blog | 0 comments

Enamoramiento y paternidad


Enamoramiento y paternidad


Sobre el vínculo de paternidad padres e hijos

En general la vida, antes de que nos haya expulsado de casa de nuestros padres, ya nos ha regalado alguna experiencia de enamoramiento. Durante la adolescencia no es extraño padecer de esa transitoria forma de locura que llaman enamoramiento  y que provoca las primeras veces no pocos estragos anímicos. Esa pasión irracional puede llegar a sentirse por algún chic@ cercano o incluso por el más gamberro o la más “choni” del instituto. Persona esta última  a la que la naturaleza ha concedido un cuerpo hermoso que parece ser inversamente proporcional a su interés por el conocimiento o las actividades políticamente correctas; misterio este, la relación entre la belleza de los cuerpos jóvenes y su desarrollo mental que ni el psicoanálisis ni la psicología clínica ha podido todavía desentrañar.

El común denominador de todos los tipos de enamoramiento, tanto los primeros como los posteriores, es la sensación de vacío que se experimenta al no ver, escuchar o tocar  a la persona amada. ¿Quién no ha padecido un leve bajón anímico el viernes al mediodía al sentir que hasta el lunes no volverá a ver en los pasillos del instituto, o de la oficina, a aquel a quien se ama?

A medida que pasan los años, nuestra alma registra estos afectos para protegernos precisamente frente a su intensidad. Es por este motivo que muchas personas adultas viven sus relaciones de pareja de manera menos apasionada, más racionalmente dicen, que de jóvenes. Se vive más protegido frente al desamor y menos absorbido mentalmente por éste.

Aún así, cuando ya nos creíamos vacunados frente a la intensidad de las experiencias amorosas, viene la especie a removernos de manera similar cuando tenemos el primer hijo, que se puede llegar a vivir, casi como el primer amor.

Los horarios laborales actuales provocan una prácticamente imposible conciliación con la vida familiar, con lo cual no es extraño que muchos padres deban salir de casa antes de que sus hijos se hayan despertado y volver cuando vuelven a estar dormidos. Justo ahí, cuando la culpa atenaza a los progenitores más responsables, puede aparecer un sentimiento análogo al experimentado durante la adolescencia: la sensación de vacío al no ver a la persona amada, en este caso al hijo.

La diferencia estriba en que durante la adolescencia, el sujeto ya se ha vinculado previamente con algún ser estimado y por tanto debería tener estrategias para soportar la pérdida temporal. En cambio los niños menores de tres años, están todavía en proceso de vinculación afectiva, es decir que definirán su lazo afectivo en función de la presencia o ausencia de ese progenitor. De momento todavía no se ha inventado el “teleapego”… Así pues ¿intentaremos los padres actuales recortar nuestra llegada a casa para sentirnos menos culpables, menos vacíos y con más posibilidad de vincularnos a ese ser que seguro que se sorprenderá al vernos llegar antes de lo habitual?

Daniel Cañero

Psicólogo y psicoanalista

Octubre de 2015

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